Los chilangos vs los provincianos



By Javier Torres Aguilar


Llegas a una ciudad del sur del país o del norte o del este o del oeste, y cuando te oyen hablar cantadito, muy ñero, muy al estilo de barriada de la pelicula mexicana de antaño Escuela de rateros: Ah, eres chilango, mano. Los provincianos, pues, te etiquetan sin conocerte, y entonces chance te preguntes quiénes son más gandayas, lo chilangos o los provincianos.


Chilangos vs provincianos

Pero ya te tildaron de chilango, asi que de ahí p’al real, las miradas que te escudriñan, que te vigilan a ver si no les agandayas el lugar del estacionamiento o la novia o les birlas la cartera o… pues eres chilango, o sea un gandaya, abusivo, pocamadre, y otras etiquetas parecidas; te miran con desconfianza, pero tú, si tú, que por alguna razón eres un chilango que estás en un lugar del interior del país, entonces chance sonrías y quizá pienses pinches provincianos; y ellos: pinches chilangos. La animadversión. El recelo entre los chilangos y provincianos; o sea, entre del defe y sus alrededores versus el resto de la República Mexicana. 

Y es que los chilangos, quizá por las prisas de la vida citadina o por la escasez de empleo o por el gentío con las que se lidia siempre en los apretujenos del Metro o por las prisas que tienen por llegar a su casa pero, ay güey, está enorme la fila para tomar el micro, por esos y otros ajetreos se vuelven, nos volvemos, te vuelves gandaya. 

Lo cierto es que por las prisas de la vida citadina, tienes que correr al asiento del vagón del metro, te lo agandayas o te lo agandayan, no hay de otra; y por eso mismo, por las prisas, no cedes el paso al auto de al lado, cuyo chofer te mira con cara de tevoyapartirlamadre; y aquél que te pita y te grita chingatumandre y tú se la devuelves, y, si los ánimos no se encienden más, hasta ahí; y cada quien a su destino, a lidiar con la ciudad, con el semáforo que no cambia al verde, y entonces volteas, buscas al poli, y no lo ves y te pasas el alto y entonces, adelantito ahí te sale el poli, siempre estuvo ahí, y te dice mire joven…, y no lo dejas terminar y te defiendes es que llevo prisa mi oficial, y él se acomoda la gorra, esboza una sonrisa, como inflándosele la vanidad por lo de oficial, y tú ya en ese momento le das la mano con el billete de a cincuenta o de a cien, y aquél: pero que no se vuelva a repetir mi joven, que estamos para cuidar, y tú que te arrancas y piensas pinche poli gandaya. Y así, la cotidianidad en la urbe. La ley del asfalto. Te tienes que fortalecer para sobrevivir; si naciste en el defectuoso, Neza, Iztapaluca o en cualquier otra ciudad que se conoce pomposamente como la zona conurbada o llegaste muy pequeño a esa región y te desarrollaste allí, entonces aprendiste a crecer con las prisas por llegar a la escuela o al trabajo; la ciudad es tu medio natural; sabes cómo cuidarte del carterista o de aquéllos que ya viste que subieron al micro y le alcanzaste a mirar la pistola o el cuchillo y sabes que van a atracar, y entonces, rápido, te acercas a la puerta y tocas el timbre; pero no es parada, güey, te grita el chofer, y tú, golpeando la lámina, que bajan ya, y entonces se abre la puerta lateral y tú casi vuelas mientras el micro medio se detiene, y ya estás libre por esta vez del atraco, pero sabes que esto es con lo que tienes que lidiar con regularidad, en la jungla de hierro y de las prisas, y eso lo saben bien los chilangos; y los provincianos no.


Los chilangos vs los provincianos



Por todo eso, y otras cosas que se te escapan ahorita, los chilangos son así de alebrestados, no esperan que les den las cosas, las agarran; no piden permiso, se adelantan; no ceden el paso a otro carro, le cierran el paso; acostumbrados al escándalo, pitan el claxon a cada rato; y todo eso consideras engloba el término gandaya, o sea, el apresuramiento, sin pedir permiso, para conseguir algo; no concuerdas con la definición hecha por algunos eruditos de la lengua, quienes apuntan que agandayar alude a bribonear a pillar. Y menos concuerdas con la acepción del Diccionario de la Real Academia Española que apunta que gandaya (ahora sí en redondas las letras del vocablo) se le dice a un vagabundo o a quien no tiene ocupación fija. Crees que los lingüistas de ese diccionario no investigaron a fondo el significado del término gandaya, pues bien sabes que entre los cuates se le dice así también a aquel que es brabucón, que, por ejemplo, sin decir agua va ya le está partiendo el hocico a quien le mentó la madre, o aquel que le gana la silla a otro; o sea, un gandaya también es aquel que se apresura a conseguir algo, a la brava; pero no es un bribón, y menos un pillo; el que los chilangos sean gandayas no significa que sean haraganes o rateros –que de esta clase hay en todos lados-. Son apresurados para conseguir las cosas, porque así están acostumbrados a vivir, por los ajetreos de la ciudad, por las leyes no escritas de la supervivencia en la urbe.

Y, entonces, los chilangos o provincianos, quiénes son más gandayas, te preguntas ahí parado, peinando con las manos tu larga cabellera encrespada, mientras sientes las miradas filosas que te escudriñan, ahí en el estacionamiento del mercado de este pueblo grandote de provincia.

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