Mezcal, penitencia y jolgorio, en el día de la virgen
Casi lo atropellan los autos, pero Arturo, con
sus 48 años, ai va caminando en esta
carretera de Chilpancingo a Tixtla (“Serás de hule”, le grita el de la
camioneta roja, enfurecido); va Arturo a agradercele a la virgen de la
Natividad por haberle conseguido el trabajo en esa tienda, cosa que le había pedido,
y ella lo escuchó. Pese al frío de la madrugada, gotas sudorosas asoman por su
frente. Va cansado, pero su misión, su manda
es llegar caminando hasta el santuario de la virgen, hoy en su día. Igual que
él, muchos peregrinos caminan hasta el suantuario de la imagen a pedirle algo:
dinero, salud, buenas cosechas; o a agradecerle, con esa caminata, muestra de
sacirificio, el haberles concedido lo que pidieron.
Al
llegar a la iglesia, donde está la virgen, Arturo cansado pero satisfecho, oye
misa, se persigna, está agradecido; afuera el gentío, en la explanada. Y ahí
frente a la iglesia, las danzas de Los Chinelos, Los Manueles, Los Diablos y
muchas más. Y en la entrada de la puerta, aquellos que venden que la imagen de
la virgen, que el rosario (“barato jefa, llévelo”), que la playera del
recuerdo.
Más
tarde, Arturo va al pozole, gratis, con su mujer y sus dos hijos, que dan los mayordomos, a cualquiera que lo solicite. Lo que sobra es el mezcal, y eso lo sabe
Arturo que ya bebió tres jarritos que le
ofrecieron, gratis.
La
bebida a puesto a Arturo parlanchín, alegre, se le nota en los gritos que
lanza, ahora ya casi muriendo la tarde, viendo el pendón, o sea el desfile de carros alegóricos, adornados, donde
arriba van que la reina de la feria, que las princesas de tal comunidad, que la
imagen de la virgen; y atrás, los bailadores de distintas danzas, mezcla del
catolicismo español y la cultura prehispánica; también ahí vienen los
mayordomos desfilando, con su morral de ixtle, decorado, colgado, ofreciendo el
jarrito de mezcal, y Arturo ya ni espera que le ofrezcan, se acerca, alarga la
mano y pa dentro, pal estómago, total la manda
ya está cumplida. Ahora es día de fiesta, donde no se ven mal los
desfiguros, como las señoras que bailando con el torito de plástico amenazan
con encajarle los cuernos del juguete a alguien del gentío que ve el desfile de
danzas; y después, sin pudor, casi le encajan la trompa del juguete a otras
señoras que se han unido al baile.
Arturo grita ay ayay, ajiiiiu, jubiloso, y no resiste las ganas y se mete al
baile y le encajan los cuernos del torito en las partes que dios guarde de
pronunciar en este escrito y ríe, y el gentío, también. Y atrás, las bubis y
nalgas postizas, de trapo o hule, de algunos integrantes de la danza La
Mojiganga, se notan exageradas, como exagerados son sus movimientos, lascivos,
ay dios, pero ahora todo se permite, como diría Johan Huizinga, no hay
sanciones morales para los desvíos de las buenas maneras; es como un juego,
donde las reglas morales han quedado como en pausa, donde todos participan. Es
el día de la Virgen.
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