Comedores comunitarios en la montaña guerrerense
Los soldados están en la comisaría de Xoquiapa; se
pasean en el patio en esta mañana lluviosa; dos camiones de ellos están
estacionados frente a la casona vetusta, donde despacha la autoridad del
pueblo. Esto es inusual.
Xoquiapa es
un pueblo de la montaña de Guerrero, que pertenece al ayuntamiento de chilapa,
y que está como a 40 minutos de Chilpancingo a un lado de la carretera llena de
curvas, yendo a Tlapa.
-Estamos en labor social -informa un soldado. Y luego
cuenta que desde hace un mes aproximadamente brindan desayunos y comidas a los
habitantes de manera gratuita. "Antes venían a desayunar o comer como 100
personas, la mayoría niños", añade. Pero, ahora, prosigue, solo vinieron
como 10 personas, y es que, dice, ahora se les cobran $2.50 pesos por persona.
Se apresura a aclarar que quienes cobran son las personas de la comunidad.
Reitera que ellos no cobraban nada.
Pero tan
pronto los miembros de la comunidad se encargaron de preparar los alimentos que
el gobierno federal les envió dentro del programa "Sin Hambre",
empezaron a cobrar, "para el gas".
Al igual que
esta población sumida en la miseria, muchas comunidades de Guerrero son
beneficiarias del programa gubernamental. Los miembros del Ejercito, vinieron a
encarrilarlos en el programa, y pronto se marcharán.
Adentro de
la comisaría están varias señoras elaborando el desayuno que consistió, en esta
mañana nublada y fría, un vaso de chocomil, otro alimento, y de postre una
pera; para la comida sirvieron sopa de pasta, frijoles, atún y agua; pero los
comensales fueron no más de 15.
Como se ve,
el programa se encamina a desaparecer, por la poca demanda del servicio (si
este párrafo y los que siguen ya es juicio mío y si eres estudiante de
periodismo o comunicación, no te esfuerces por encontrar a qué género
periodístico pertenece este escrito; no lo vas a encontrar). Quizás los
pobladores terminen por repartirse la sopa de pasta, los frijoles y otros
víveres enlatados.
Tal vez, lo
que falta a los habitantes de esta población y de otras sumidas en la miseria,
es tomar los programas gubernamentales y sacarles el mayor provecho posible; no
desperdiciarlos.
Recuerdo que
cuando yo era un mocoso panzón, a mi padre y a los demás jefes de familia de mi
terruño perdido en el campo, a través de Banrural, el gobierno les otorgó
dinero para comprar fertilizantes, alquilar peones y otros menesteres para que
obtuvieran una producción buena de maíz. El capital recibido, mi padre y los
otros campesinos, lo gastaron en borracheras y otras cosas, pero nada o
poquísimo destinaron para las milpas. Cuando fue el personal gubernamental a
supervisar las cosechas, mi progenitor y los demás lugareños beneficiados le dijeron que el viento había
tirado los maizales; otros alegaron que la sequía había sido atroz. En fin,
total que los enviados del gobierno asentaron en sus documentos que las
cosechas se había perdido y que por tanto los campesinos no devolverían nada
del dinero recibido. Terminaron por invitarle cervezas a los enviados y una
sabrosa barbacoa de venado. El programa de ayuda a los campesinos jamás
volvió.
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