¿Quién soy? Sobre Javi Torres


En una mañana fría, mis pies de adolescente, enfundados en zapatos gastados, pisaron el suelo húmedo del mercado de la Raúl Romero de Neza, al tiempo que el olor a cilantro y otras hierbas se metía en mi olfato; el frío lo sentía más filoso, quizá por el calor seco que había dejado atrás un día antes en mi terruño, ubicado en la Costa Chica. 


“Esto es el defe, Javi”, me había dicho mi hermano luego que salimos de la Terminal del Sur. Y yo, asombrado, veía las hileras de coches que bufaban en el asfalto. Y la expectación se me subió a los ojos y en la congoja cuando el gentío a tropel me introdujo en el vagón del Metro. Era sin duda diferente la vida citadina, muy aprisa, como si a la gente se le echaran a correr los minutos. Y a la fecha así continúa. 

Y con esas prisas de la urbe, la ciudad se metió en los ojos. La fui conociendo en los trayectos a la secundaria y después a la prepa y a la universidad, y también en las idas al trabajo desde Neza hasta el defe; y en los recorridos por la Merced, donde las damas metidas en diminutos vestidos o yins, recargadas en los escaparates ofrecían sus servicios íntimos; y en, Garibaldi, Tepito, Lagunilla y la Candelaria, donde los merolicos con sus chistes leperos, arrancaban la risotada a la muchedumbre a su alrededor, y después le encajaban que el jabón pa’ los hongos de los pies, que el champú para crecer el cabello, que el amuleto de la buena suerte; y en los trayectos y estancias en la Cineteca Nacional, a donde concurrían los estudiantes con ganas de sorber el conocimiento a través del cine de arte; y en el barullo de los cines de barriada de la Merced, el Eje Central y otros lugares céntricos de la urbe capital, donde no faltaban los chiflidos recordándole la progenitora al cácaro, ya porque no empezaba a tiempo la película, ya porque a veces aparecían rayas en la pantalla. 

Sobre Javier Torres Aguilar
Yo, Javi Torres, a mis 52 años


Así, en esos recorridos, la ciudad me inculcó su acento, las prisas, la desconfianza, pero también me mostró sus historias, sus hechos cotidianos, sus anécdotas; me mostró la gandallez y la peculiaridad de los chilangos, mote con el que veces me identifican ahora en Chilpancingo.

Al mismo tiempo que las calles me mostraron la vida chilanga, las aulas universitarias me exponían, entre otros temas, los análisis del comportamiento de la sociedad, del papel de los medios de comunicación masiva al servicio de la clase gobernante; y mientras las lecturas de los teóricos de la información me quitaban horas, en los pocos ratos libres que tenía, en la máquina de escribir Olivetti, animados por esas vivencias de la calle y la imaginación, empezaron a caminar los relatos, varios de los cuales aparecieron impresos en suplementos literarios de diarios del defe

Y así, aporreando las teclas de la Olivetti, y desvelado por las lecturas de los teóricos de la comunicación, en revistas marginales primero, y en suplementos de periódicos después, se publicaban entrevistas y reportajes que realizaba con escritores, un poco para completar el dinero para el sustento diario, y otro poco por el ego (“por el vedetismo del periodismo”, diría Gustavo García, uno de los docentes de la Universidad Autónoma Metropolitana). 

Y en esa época juvenil, de los desvelos frente a la Olivetti, tratando de que a los personajes no se les escapara la verosimilitud; en ese tiempo de estudio hasta la madrugada tratando de entender a Martín Barbero o a Umberto Eco, y otros teóricos de la comunicación masiva; en esos días del ayer, también había tiempo para las tertulias literarias en la colonia Guerrero, ubicada mero en el centro del defe.

De noche eran los encuentros. De noche, el vagón del metro Guerrero me escupía a la calle. Y yo, con mi greña bamboleando, morral al hombro, caminaba, precavido por ese barrio bravo, hasta llegar a la casa de Héctor, un tipo bonachón, de lentes. Allí convergíamos varios chavales (unos ya no tanto, ja), donde, mientras tomábamos café, leíamos nuestros cuentos o poemas.

Eran encuentros de periodistas y literatos en ciernes, en casa de Héctor. Carlos Ramón Morales, aún no publicaba; los hermanos Gabriel y David Rodríguez, daban sus pininos en el periodismo. Claudia nos deleitaba con sus narraciones surrealistas. 

Eran los tiempos de la utopías.

Pero el tiempo avanzó, sin misericordia. Después de muchos desvelos por tantas lecturas sobre el poder de los medios de comunicación para moldear gustos, modas e inducir al consumo inecesario, la época de la licenciatura terminó para mí.

Y, al concluir los estudios universitarios de comunicación, al diarismo fui a parar, en cuya práctica los nervios empujan el sudor a las manos del reportero novato, máxime cuando ya faltan minutos de espera para entregar la nota radiofónica y periodística, y otros informadores ya están transmitiendo en vivo para la televisión o la radio la nota que se generaba en la tribuna o en los vericuetos de la Cámara de Diputados federal. 

Y después, quizá cuatro años más tarde, a la labor reporteril pero ahora como corresponsal de Liberación, un diario mexiquense de vida efímera… 

(Si quisieras saber más de mí puedes leer el este post.)

La vida en la urbe de hierro, con sus prisas me cautivaba; pero por motivos repentinos, mis pasos llegaron a Chilpancingo. Y aquello, todo aquello quedó atrás. Y ahora iniciar de nuevo, a buscar el sustento. Y a subemplearse. Y a viajar por pueblos guerrerenses; a conocer sus costumbres; a asombrarse con las danzas mezcla del catolicismo español y la religiosidad prehispánica; a pasmarse aún más cuando uno se percata que esos ritos derivados del sincretismo religioso se vislumbran en las caminatas de los egresados de la Universidad Autónoma de Guerrero, que recorren los pasillos del campus universitario y se desbordan hasta las calles aledañas. Y quizá ese asombro en mí, por lo religioso exacerbado de los pueblos guerrerenses me llevó a un posgrado en historia, a fin de comprender ese fervor religioso. 

Al mismo tiempo del trabajo, y del estudio académico, fui conociendo la peculiaridad y las historias de la gente guerrerense. Fui entendiendo sus festividades, sus rituales...Esas historias de Chilpancingo y sus alrededores, así como las del defe y área circundante, las cuento en este espacio.

Pero, quizá tu quieras contar algo aquí, en un post. El espacio está abierto.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Apuros de maestra chilanga en universidad provinciana